San Luis, 11 de Enero de 2018
Los ventiladores estaban al máximo
en los pasillos del área de Clínica Médica del Hospital San Luis. Ayer al
mediodía, en la sala 27 del primer piso, parte de los 18 nuevos refugiados
sirios que llegaron a la provincia el 12 de diciembre aguardaban en uno de los
bancos de espera para la revisión médica otorgada por el Ministerio de Salud,
para saber del estado de salud de los refugiados, cerca de cumplirse un mes de
su llegada a tierras puntanas.
Ninguno de los 18, entre los que se cuentan cinco familias y una
estudiante, sabe español y sólo algunos saben inglés. Najdat y Dalal esperaban
su turno en una de las bancas de madera que quedan en el pasillo de la sala.
Dalal apenas sabía un par de palabras del idioma anglosajón. “Felicidad”,
alcanzó a decir en la lengua extranjera sobre su estadía de casi un mes en San
Luis. “Miedo”, contestó sobre su vida en Homs, la tercera ciudad en importancia
de Siria que dejaron atrás junto a sus hijos Naia y Antoun por el flagelo de la
guerra que azota a su país natal desde 2011.
La doctora Selva Romero, a cargo del área de Clínica Médica del
Hospital San Luis, explicó que como cualquier ciudadano de San Luis, los
refugiados fueron revisados por pedido del Ministerio de Salud. “Es un chequeo
personalizado, puntualizado a cada persona según su padecimiento. Si no padece
nada, se le hace un chequeo básico para saber de las enfermedades más
emergentes que existen en nuestro país como hipertensión, diabetes y tiroides”,
detalló.
Según Romero, la finalidad de las revisiones es para saber en qué
condiciones de salud están y según lo que arroje cada estudio, se prosigue con
los chequeos. Los sirios pasaron por exámenes de sangre, peso y presión y en el
caso de que hiciera falta, electrocardiogramas, radiografías y test de
nutrición. El seguimiento y posterior tratamiento de posibles enfermedades que
padezcan estarán cubiertas por Dosep, la mutual del Estado provincial,
aseguró la funcionaria. “Se los va a tratar como el resto de la población”,
remarcó.
Con cerca de un metro ochenta, una chomba naranja, lentes de
sol y gorra, Ibrahim salió de la sala, donde minutos antes había sido atendido
junto a su mujer Abeer y su hijo Dazir. Con una sombra en la barba de unos
días, el hombre expresó en un fluido inglés la tranquilidad de vivir en San
Luis. “La ciudad y el lugar en el que vivimos es muy bueno. La gente ha sido
muy amable y creo que todo saldrá bien”, expresó. Los avatares del clima
veraniego puntano no le fueron ajenos. “Es diferente a Siria, donde en esta
época es invierno. El clima no es estable, a veces hay viento y lluvia, pero
está bien”, opinó.
Ibrahim solía vivir en Latakia, ciudad costera al norte de Siria.
Él trabajaba fuera del país como ingeniero pero regresó en 2011, justo el año
en que la guerra estalló. “Durante la guerra no hay trabajo”, expresó con
tristeza.
El temor por sus vidas se apoderó de su familia y decidieron dejar
el país. “Es por eso que estoy aquí. Quiero una nueva vida para mi familia y
mis chicos y estar a salvo de todo lo que ocurre allá”, expresó.
El padre espera que el conflicto en Siria alguna vez termine.
“Como todos, saben que la guerra no es buena. Todo el mundo reza para que
termine”, se animó a decir. Y dudó sobre volver allí. “Quizás en el futuro,
para visitar a mis amigos y familiares que están allá”, afirmó.
Él dejó en Siria a sus padres y hermanos. “Me gustaría en el futuro traerlos acá, al menos de visita”, afirmó esperanzado. Mañana tendrá junto al resto de los refugiados, su primera clase de español online en la Universidad de La Punta. Ese mismo día se le activará un implante coclear a Georgina, una de las niñas de las familias sirias que llegaron durante el año pasado a San Luis. En total son 38 refugiados que, de a poco pero con tranquilidad, comienzan sus nuevas vidas entre las sierras, alejados de los horrores de la guerra que desangran a su país.